Campanadas de la suerte

La clase empresarial española lleva para tres años metida de lleno en el avispero de una economía un tanto inextricable. No obstante, se comienza a observar una cierta inmunidad al veneno de las picaduras, representadas en los sucesivos episodios que afectan a nuestra economía. Una crisis un tanto sui géneris; por oleadas. Pienso que los empresarios ya están curados de espantos. Y no es un hecho baladí, pues no olvidemos que provienen de una década económica prodigiosa, donde el crecimiento era lo normal a tenor de los indicadores macroeconómicos obtenidos hasta el 2007; sobre todo, los nuevos emprendedores que comenzaron su actividad después de 1996, y que no han conocido aún lo que es una crisis. Era relativamente fácil gestionar una empresa en la década prodigiosa impostada; sólo tenían que marcarse objetivos ambiciosos, y por arte de magia, «voilà», objetivos cumplidos.

Aumentar cuota de mercado, invertir en bienes de equipo, mejorar los resultados… Era lo habitual, debido a la existencia de un entorno amigable: medios de comunicación trasladando optimismo económico por doquier, bancos y cajas con actitud proclive al crédito… Los españoles en general, y los empresarios en particular, nos llegamos a creer que habíamos iniciado una senda de crecimiento imparable e inagotable; incluso superaríamos a países como Italia y Francia en renta per cápita y demás indicadores. Qué ilusos hemos sido. Nos despertamos un día y nos dimos cuenta de que todo era una falacia. Que nuestro patrón de crecimiento estaba soportado en sectores de actividades insostenibles y poco productivas, y que empezamos a echar en falta al menos una docena más de empresarios de la talla de Juan Roig y Amancio Ortega, entre otros a destacar.

Reconozco que no he podido evitar dedicar diez de las doce uvas de la suerte a cuestiones varias. En la primera campanada deseé ánimo a los 4,5 millones de parados para que no pierdan la fe y sigan confiando en sus posibilidades. En la segunda pedí a todos nuestros gobernantes que se dejen de añagazas y dediquen sus esfuerzos a perseguir el bien común, y no tanto su bien particular o el del partido. La tercera para que se potencie un nuevo modelo educativo que aumente la motivación del alumnado, y por ende de los rendimientos académicos. Cuarta, que los bancos y cajas asuman su responsabilidad, pongan el dinero en circulación y se crean lo de la Economía del Conocimiento. La quinta campanada la reservé para incidir en la importancia de un plan de rescate para entes locales en situación paupérrima, no sin antes exigirles medidas encaminadas a evitar actitudes manirrotas de sus gobernantes. La sexta campanada para animar a los miles de empresarios a que sigan poniendo todo su empeño en sus empresas. La séptima para que existan verdaderos esfuerzos hacia un nuevo ecosistema de I+D+i donde estén imbricados los agentes del conocimiento, y éstos a su vez con el mercado y el capital. Octava, para pedirle al Gobierno de España que no sea desleal con los inversores responsables que han puesto sus ahorros en energías renovables. Novena, para que vuelvan los turistas en tropel a España, y así mejorar el maltrecho sector turístico. Y la décima persigue que los políticos sean más responsables y se eleven de sus posiciones miopes y egoístas; trabajen en pro del consenso. Y las dos últimas campanadas me las reservé para desear salud, amor y paz a mi familia y amigos, y a todos vosotros lectores.

Campanadas de la suerte

Artículo semanal publicado en la Opinión de Málaga.

Francisco Barrionuevo
Presidente ejecutivo Novasoft
Presidente del Consejo Social de la Universidad de Málaga
Presidente ejecutivo Fundación Manuel Alcántara