El daño ya está hecho

Intentaré relatar la situación vivida por miles de empresas que tuvieron la mala idea de convertirse en proveedoras de las administraciones públicas (AA.PP.), en unos años donde la relatividad moral y social estaban a la orden del día. Espero que hayamos aprendido la lección, aunque las consecuencias para las empresas y la sociedad en general están siendo pavorosas. ¿Qué les parece la idea de que las AA.PP. morosas sean la causante de una de las mayores injusticias que se recuerde en la reciente historia democrática de España?

Cuando se habla de morosidad de las AA.PP la ciudadanía en general y la izquierda recalcitrante tiende a pensar que los sufridores de esta guisa son los empresarios especuladores y que les den… Pues bien, pongamos de ejemplo a una empresa mediana que mantiene una plantilla de 300 empleados y que lleva operando más de diez años en el mercado, o en su caso una pequeña de 10 empleados; da igual el tamaño. A continuación el vía crucis por el que seguro ha pasado nuestra protagonista.

Sabemos que el aumento del gasto financiero es la primera consecuencia que le sobreviene a esta empresa competitiva, debido a que crece la cuenta de deudores (clientes AA.PP. en este caso) por mor de los retrasos de pagos de los mismos.  Esto deriva en una reducción de beneficios que claramente tiene su reflejo en la cuenta de resultados. De inmediato la banca le baja el rating, ergo el interés al servicio de la deuda se eleva exponencialmente. Este circulo se retroalimenta y empieza el calvario para la empresa. Pero esto sólo no ha hecho nada más que empezar. La segunda fase que suele suceder en la empresa será intentar diversificar en actividades y mercados, a lo que se obliga a invertir en marketing, contratación de personal especializado… Por tanto, la cuenta de gastos de estructura aumenta y sigue tirando de la caja de la empresa hasta dejarla extenuada. El empresario cree que pronto cobrará la deuda de sus clientes AA.PP. ¡craso error!

Ya tenemos a la empresa en su máximo nivel de endeudamiento y como consecuencia inmediata su rating vuelve a bajar y los bancos de toda la vida empiezan a restringirle el crédito; comienza el desenlace. En esas, las facturas se van amontonando en los cajones y no puede ni le dejan anticiparlas en ningún banco. El empresario comienza la fase que defino quema de los barcos para intentar salir de este círculo infernal. A la desesperada empieza a llamar a la puerta de nuevos bancos que les ofrecen financiación extrema, a unos costes inasumibles y acepta con tal de darle viabilidad a su empresa. La cuenta de gastos financieros sigue creciendo a un ritmo delirante. Otra acción que se le ocurre al bueno del empresario es dirigirse a la Agencia Tributaria y Seguridad Social para aplazar pagos, y por supuesto no se lo ponen fácil. Más allá de la incoherencia, lo primero que piden son garantías. Las propiedades que la empresa dispone para su actividad y que aún no estaban hipotecadas. Paradójicamente la AA.PP., la misma causante de sus males ahora la hunde un poco más. Las administraciones recaudadoras actúan como Poncio Pilato, se lavan las manos, eso sí, no sin antes aplicar la dosis de latigazos al reo (la empresa) mediante la exacción de intereses elevados por la demora de pagos de los impuestos, obligándola a hipotecar todo lo hipotecable –¡Qué casualidad! El plan Montoro exige a la empresa que para cobrar debe renunciar a los intereses. Es un chantaje sin paliativos–. A renglón seguido, los bancos ven en el registro de la propiedad que los inmuebles que no estaban hipotecados ya lo están por organismos públicos. Comienza la fase de nerviosismos de los acreedores financieros. Si faltaba algo para que el drama tomara un cariz de tragedia, aparecen en escena los proveedores de la susodicha empresa que ven que no cobran y retiran la confianza, poniéndola en un brete al perder la capacidad de aprovisionarse.

Así que por momentos el empresario empieza a sentirse perdido, no tiene la fuerza vital para buscar nuevas oportunidades y se ve envuelto en una espiral destructiva donde lo único que recibe son reveses de todos los flancos de la empresa. Comienza la fase de tiro al blanco al empresario. Desde luego se convierte en un objetivo y se abre la veda para la caza del empresario, al que por cierto se le culpa de todo. 

Irremisiblemente, esta empresa cae en los brazos del juzgado de lo mercantil, o dicho de otro modo, cementerio de elefantes, pero antes deberá pasar por el suplicio del concurso de acreedores voluntario. En ese momento aparece en lontananza los carroñeros que huelen a muerto disfrazados de administradores concursales, y lo primero que hacen es escudriñar en la cartera del moribundo a ver si le queda unos cientos de miles de euros para cobrar sus emolumentos, pues ya ve en la empresa a un cadáver al que debe enterrar cuanto antes. Como aún no está muerto no dudan en dar el golpe de gracia. Bien es cierto que Keynes dijo: «A largo plazo todos estaremos muertos »; pero no de esta forma.

Más allá de la moraleja está el hecho de que la sociedad ha perdido una buena empresa de manera absurda, que daba trabajo a cientos de empleados y éstos ven como van a la cola del paro. Las administraciones recaudadoras no podrán cobrar más impuestos a esa empresa. Los bancos, por su avaricia e indolencia, han perdido a un buen cliente.  Nadie gana, pero no olviden quienes han sido los causantes de este dislate. Una sociedad a la que se le esquilma sus empresas no alcanzará nunca el Estado del bienestar y estará abocada al fracaso, pues cuando cae una empresa consolidada deja un vacío enorme y difícil de colmatar.

 

Francisco Barrionuevo

Presidente ejecutivo Novasoft

Presidente ejecutivo Fundación Manuel Alcántara