Las empresas están agotadas

El primer ministro de Hungría, Viktor Orban, ha dejado claro hace unos días en el congreso de la Internacional Demócrata de Centro (IDC) que la crisis de deuda marca el fin del Estado del bienestar. Pero ciertamente, ¿es sostenible el Estado del malgastar que tenemos instaurado en nuestro país desde hace décadas? Ya se sabe que los políticos no son buenos gestores, a tenor del fiasco económico de sus respectivos negociados. Alguno, incluso después de dejar arruinada a su Comunidad Autónoma, decía sin mucho aspaviento que él no era un contable. O lo peor, cuando una Ministra aseveró que el dinero público no es de nadie. Seguramente le traicionó el subconsciente y dijo sin más lo que pensaba.

La presión sobre la deuda en las empresas está forzando a que cada dos por tres se deba estar poniendo en revisión los planes, y obligándolas así a llevar a cabo continuas reestructuraciones. En contraposición las anquilosadas y pesadas estructuras de las administraciones públicas duplicadas, y en algunos casos triplicadas, que lejos de reajustarse siguen aguantando sus costes fijos a costa de no pagar a los proveedores, y lo que es peor, se han transformado en eficaces maquinas de recaudación con menos escrúpulos que el malvado Sheriff de Nottingham, yendo por las casas y empresas expoliándola un día sí y el otro también, para así mantener el único reducto de Estado del bienestar que todavía queda en España, el de los enchufados, asesores y gente que solo sabe vivir de la política. A éstos, cuando les llegue la hora del destete de la ubre del dinero público lo tendrán crudo, pues su nivel de empleabilidad está bajo mínimos. Seguramente, no les quedará otra que la teta del paro, eso sí con leche menos abundante y algo agria.

Bien es cierto que llega un momento por el que las empresas ya no pueden adelgazar más, y a su vez seguir soportando la presión recaudadora de las administraciones, pues si nuestros políticos mantienen esa posición contumaz, las empresas terminarán por hincar la rodilla.

Otra piedra en el camino para las empresas es la actitud de los bancos, que se están poniendo muy exquisitos (exigentes) con las empresas, por esta razón se han visto obligadas a convertir la reducción de su deuda en su principal y único desiderátum, ya que los intereses de la deuda contraída devoran una descomunal cantidad de recursos que las empresas podrían emplear en nuevas inversiones, para así salir de este círculo infernal en el que se encuentran. En efecto, urge sanear los balances de las empresas para afrontar con determinación los retos futuros. ¿Pero cómo? Lo primero conseguir cobrar, pues en España nadie paga y el primero en dar ejemplo de esta mala praxis son las administraciones regionales (al frente sus empresas públicas) y locales que practican con pericia y descaro el procrastinar sine die facturas que se acumulan en los cajones.

Y si encima le añadimos que la empresa se enfrenta a una caída de la actividad, ergo ingresos decrecientes, no les queda otra que poner a la venta, a precio de ganga, los activos no estratégicos, y a veces estratégicos, para así seguir sobreviviendo. Por supuesto la política de repartos de dividendos a los accionistas son ensoñaciones de otras épocas, los recortes de costes y plantilla forman ya forman parte del ideario de la empresa española, exceptuando la que esté muy internacionalizada, pues menos mal que hay vida fuera de España. Aunque las empresas que intentan establecerse en otros mercados se encuentran que su principal problema es la marca España, y que las cuentas de su país lastran el consolidado del grupo, llegando a ser una pesada carga.

Por consiguiente, pretender que las empresas creen empleo es como pedir a la Madre Teresa de Calcuta que vaya a jugar al casino, fume y beba whisky.

¡Ésto no puede seguir así! Pues aunque lleguen los millones de Bruselas van a caer en una economía esquilmada de medianas y pequeñas empresas. El incendio en el que está envuelta nuestra economía es de tal magnitud que no habrá ningún árbol en pie, y como todos sabemos los arboles son la base de los ecosistemas y no crecen como las setas, necesitan años, los mismo que han tardado en crearse una pléyade de medianas empresas, y que junto a las pequeñas y grandes corporaciones que están en el IBEX son el andamiaje de nuestra economía. ¡Cuidémoslas! Por la cuenta que nos trae.

Francisco Barrionuevo Canto
Consejero Delegado de  Novasoft